viernes, 16 de agosto de 2019

El sutil arte de que te importe un carajo: Un enfoque disruptivo para vivir una buena vida

Si tu parámetro para el valor “éxito bajo el estándar mundial” es “comprar
una casa y un auto fino” y dedicas 20 años a trabajar de día y de noche para
lograrlo, una vez que lo consigas, el criterio con el que calificaste ya no tiene
nada más qué ofrecerte. Entonces dile hola a tu crisis de la mediana edad, porque
el problema que le dio un sentido a tu vida adulta te ha sido arrebatado. Ya no
hay más oportunidades de seguir creciendo y mejorando y, sin embargo, es el
crecimiento lo que genera felicidad, no una larga lista de logros arbitrarios.
En ese sentido, las metas, como se definen de manera convencional —
graduarte de la universidad, comprar una casa en el lago, perder siete kilos—, se
constriñen a la cantidad de felicidad que pueden producir en nuestras vidas.
Pueden ser útiles cuando persigues beneficios rápidos a corto plazo, pero como
guías de tu trayectoria de vida, apestan.
Picasso se mantuvo prolífico durante toda su existencia. Vivió hasta los
noventa y tantos años y continuó produciendo arte hasta sus últimos días. Si su
parámetro hubiera sido “Ser famoso” o “Hacer toneladas de dinero en el mundo
del arte” o “Pintar mil pinturas”, en algún momento del camino se hubiera
estancado. Se habría abrumado por la ansiedad o habría dudado de sí mismo.
Probablemente no hubiera mejorado e innovado su arte en el modo como lo hizo
década tras década.
La razón del éxito de Picasso es exactamente la misma razón por la que, ya
de viejo, estaba feliz de hacer dibujos en una servilleta mientras tomaba, en
solitario, un café. Su valor subyacente era simple y humilde. Y era infinito. Era
el valor de “expresión honesta”. Y eso es lo que hacía que aquella servilleta
fuera tan valiosa.


El principio de “Haz algo” no solamente nos permite superar el aplazamiento
de las cosas, sino que es también el proceso por el que adoptamos nuevos
valores. Si te encuentras en medio de una lluvia de excremento existencial y todo
te parece carente de significado —si todas las formas en las que acostumbrabas
evaluarte se han quedado cortas y no tienes idea de qué sucederá después, si
sabes que te has estado lastimando al perseguir sueños falsos o si sabes que hay
un mejor parámetro sobre el cual deberías calificarte, pero no sabes cómo—, la
respuesta es la misma: “Haz algo”.
Ese algo puede ser la más pequeña y viable de las acciones, dirigida hacia
algo más. Puede ser lo que sea.
¿Aceptas que has sido un idiota que se siente con derecho a todo en sus
relaciones y quieres empezar a desarrollar más compasión por los demás? Haz
algo. Comienza con algo sencillo. Proponte la meta de escuchar los problemas
de alguien y dedicarle algo de tu tiempo a ayudar a esa persona. Hazlo tan sólo
una vez. O prométete que asumirás que tú eres la raíz de tus problemas la
próxima vez que te enojes. Tan sólo prueba esta idea y descubre cómo se siente.
A menudo, eso es todo lo que se requiere para conseguir que la bola de nieve
comience a rodar, la acción idónea para inspirar la motivación de seguir
adelante. Tú puedes convertirte en tu propia fuente de inspiración. Tú puedes
convertirte en tu propia fuente de motivación. La acción siempre está al alcance.
Y con un simple hacer algo como tu único parámetro de éxito, caray, incluso el
fracaso te impulsa hacia adelante.



Esa primera mañana que desperté como trabajador independiente, el terror
pronto empezó a consumirme. Me encontré sentado frente a mi laptop y, por
primera vez, me di cuenta de que era totalmente responsable de todas mis
decisiones, así como de su consecuencias. Yo era el responsable de aprender por
mi cuenta a diseñar páginas web, mercadotecnia en internet, optimización de
buscadores y otros temas igual de esotéricos. Ahora el peso recaía sobre mis
hombros. Hice lo que cualquier chavo de 24 años — que recién renunció a su
empleo y no sabe hacia dónde orientarse— haría: descargué varios juegos de
computadora y evité trabajar como si se tratara de una enfermedad infecciosa.
Conforme transcurrían las semanas y mi cuenta bancaria cambió de números
negros a rojos, tenía claro que debía pensar una estrategia para comprometerme
a trabajar las 12 o 14 horas al día necesarias para sacar adelante un negocio
desde cero. Y ese plan provino de un lugar inesperado.
Cuando cursaba la preparatoria, mi maestro de matemáticas, el señor
Packwood, decía: “Si estás atorado en un problema, no te sientes a pesar en él;
comienza a trabajar en él. Incluso si no sabes lo que estás haciendo, el simple
acto de trabajar en él eventualmente propiciará que las buenas ideas surjan de tu
mente”.
Durante ese periodo inicial de trabajar por mi cuenta, cuando luchaba y me
esforzaba a diario, completamente confundido sobre qué hacer y aterrorizado por
los resultados (o la falta de los mismos), el consejo de Packwood comenzó a
llamarme desde los recovecos de mi pensamiento. Lo escuchaba como un
mantra:
No estés ahí sentado nada más. Haz algo.
Las respuestas llegarán después.
Durante el tiempo que apliqué el consejo de mi profesor de matemáticas,
aprendí una poderosa lección sobre la motivación. Tan sólo me llevó ocho años
comprender esa lección, pero lo que descubrí en esos largos y difíciles meses de
bomberazos para lanzar de productos, columnas de consejos irrisorias, noches
incómodas en los sofás de mis amigos, cuentas bancarias sobregiradas y cientos
de miles de palabras escritas (la mayoría de ellas no leídas), fue quizá lo más
importante que he aprendido en mi vida.
La acción no sólo es efecto de la motivación; también es causa de ella.
Muchos de nosotros sólo nos comprometemos con la acción si sentimos
cierto nivel de motivación. Y sentimos motivación sólo cuando experimentamos
suficiente inspiración emocional. Asumimos que esos pasos ocurren en una
especie de reacción en cadena, como la siguiente:
Inspiración emocional → Motivación → Acción deseada
Si quieres lograr algo, pero no te sientes motivado o inspirado, entonces
asumes que estás jodido. No hay nada que puedas hacer. Sólo hasta que un gran
evento emocional sucede en tu vida puedes generar suficiente motivación para
levantarte del sillón y hacer algo.
El problema con la motivación es que no solamente es una cadena de tres
partes, sino un ciclo infinito:
Inspiración → Motivación → Acción → Inspiración → Motivación →
Acción→ Etcétera
De ese modo, tus acciones crean más reacciones emocionales e inspiraciones
y empiezan a motivar tus acciones futuras. Al aprovechar este conocimiento,
podemos reorientar nuestra mentalidad de la siguiente manera:
Acción → Inspiración → Motivación
Si te falta la motivación para conseguir un cambio importante en tu vida, haz
algo —de veras, lo que sea— y aprovecha la reacción a esa acción como una
manera de empezar a motivarte.
Yo lo llamo el principio de “Haz algo”. Después de emplearlo para construir
mi propio negocio, comencé a compartirlo con los lectores que recurrían a mí,
desconcertados ante sus propias preguntas de videocasetera: “¿Cómo aplico para
un trabajo?” o “¿Cómo le digo a este tipo que quiero ser su novia?”, y cosas por
el estilo.


El sutil arte de que te importe un carajo: Un enfoque disruptivo para vivir una buena vida




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