martes, 27 de agosto de 2019

Fahrenheit 451: Ray D Bradbury



Sólo resta mencionar una predicción que mi Bombero jefe, Beatty, hizo en 1953,
en medio de mi libro. Se refería a la posibilidad de quemar libros sin cerillas ni fuego.
Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no
lee, que no aprende, que no sabe. Si el baloncesto y el fútbol inundan el mundo a
través de la MTV, no se necesitan Beattys que prendan fuego al queroseno o persigan
al lector. Si la enseñanza primaria se disuelve y desaparece a través de las grietas y de
la ventilación de la clase, ¿quién, después de un tiempo, lo sabrá, o a quién le
importará? No todo está perdido, por supuesto. Todavía estamos a tiempo si evaluamos
adecuadamente y por igual a profesores, alumnos y padres, si hacemos de la calidad
una responsabilidad compartida, si nos aseguramos de que al cumplir los seis años
cualquier niño en cualquier país puede disponer de una biblioteca y aprender casi por
osmosis; entonces las cifras de drogados, bandas callejeras, violaciones y asesinatos
se reducirán casi a cero. Pero el Bombero jefe en la mitad de la novela lo explica
todo, y predice los anuncios televisivos de un minuto, con tres imágenes por segundo,
un bombardeo sin tregua. Escúchenlo, comprendan lo que quiere decir, y entonces
vayan a sentarse con su hijo, abran un libro y vuelvan la página.

Fahrenheit 451: Ray D Bradbury


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